Cada año, entre los meses de julio y agosto, los propietarios de los sembradíos de trigo enfrentan el reto de la cosecha. Debido a los altos costos de mano de obra que exige la producción cerealera, los agricultores solicitan la colaboración de amigos, vecinos, compadres y familiares (hermanos, sobrinos, cuñados, yernos, etc.) para continuar con sus labores agrícolas. Esta colaboración mutua, conocida como «randhimba» o «maquipura» (palabras quichuas que significan unirse para prestar ayuda en el trabajo), es una práctica ancestral que promueve la reciprocidad y el trabajo colectivo. A cambio de la ayuda recibida, quienes participan en la cosecha se comprometen a devolver el favor cuando sus propios sembradíos lo requieran, consolidando relaciones de solidaridad y redistribución. Esta práctica, que refuerza los lazos de consanguinidad y rituales comunitarios, es un ejemplo claro de cómo los valores de solidaridad y cooperación siguen siendo vitales para la vida rural.
El canto ritual que acompaña la cosecha del trigo es considerado por la comunidad como un acto positivo, ya que fomenta el trabajo colectivo, optimiza el tiempo y fortalece la identidad cultural, conectando a los participantes con las cosmovisiones ancestrales andinas. Además, a través de prácticas solidarias como el «presta manos», se promueve una convivencia equitativa y empática entre los miembros de la comunidad. Esta ética de reciprocidad e igualitarismo, reconocida grupalmente, se opone al modelo de desarrollo hegemónico y busca el bienestar colectivo. La cosecha de trigo y cebada comienza a fines de julio y continúa hasta agosto, después de que la siembra se realiza entre enero y marzo, antes de la temporada de lluvias, garantizando así la continuidad de una tradición que mantiene vivas las raíces culturales y económicas de la comunidad.