Los Rucos son los hijos de la tierra y sus venerados protectores. A través de su danza festiva, honran el favor divino y encarnan la energía colectiva de su comunidad. Son símbolos de longevidad, sabiduría y tradición, formando una familia simbólica de baile y solidaridad que ha perdurado por generaciones (Wilson Pico y Amaranta Pico, 2011). Su existencia se fundamenta en un profundo sentido de pertenencia y en el ejercicio de la memoria colectiva, donde la danza es el lenguaje que une a los miembros de la comunidad en un acto de homenaje y resistencia cultural.
La fiesta de los Rucos comienza temprano en la mañana, cuando se reúnen en la casa del «cabeza de Rucos», quien ofrece un desayuno a los danzantes y sus familiares. La comida consiste en sopa de pollo, papas, mote con pollo o carne de cerdo, acompañada de chicha de jora. Después de la comida, los Rucos se preparan para salir a danzar con la «mama», recogiendo al Santo Patrono/a de su respectiva iglesia y llevándolo en andas hasta la plaza central. En la plaza, se encuentran con otros grupos como los soldados, sacharunas, Palla y Pallo, caporales y diablo-humas, quienes danzan hasta la misa del mediodía. Luego de la misa, la procesión continúa con el sacerdote bendiciendo los altares, donde los danzantes ofrecen panes, frutas y vino. Después del acto litúrgico, la plaza se convierte nuevamente en el centro del baile, las «avivadas» y la celebración, que continúan hasta las seis de la tarde. Esta festividad, más que una celebración religiosa, es una expresión de identidad festiva y de resistencia cultural local, donde la indumentaria de los Rucos también rinde homenaje a las protestas obreras de aquellos que trabajaron en las haciendas, consolidando su relevancia como parte fundamental del PCI de los Valles.